viernes, 4 de junio de 2010

Elogio de la soledad

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Receta para una tarde de primavera:
Se busca un puerto de esos que me gustan a mí, desnivel moderado, pendientes suaves, buenas vistas y muchas lazadas en el asfalto que te permitan luego bajar andando por sendero recto más rápido que en coche. Si además tiene sombrita, perfecto.
Terminas de currar y sales casi sin saludar. Mochila ceñida con las zapatillas y un plátano dentro y venga, te pones los roller y en cinco minutos estás sudando y en otro mundo.
A la vuelta, si hay tiempo, te paseas con la calma de no tener a nadie metiendo prisa y visitas a esos habitantes silenciosos de la primavera. Te sientas un rato esperando a que una mariposa te regale abriendo sus alas azules cuando esa nube oculte el sol por un momento.
A veces los paraísos no están lejos, hay que buscarlos en la imaginación.
¿Hay algo mejor que entrenar en soledad? Bueno, juntarse con dos veinteañeros que en la primera curva desaparecen de tu vista y no te esperan hasta la cima tampoco está mal. Luego, en el viaje de vuelta, te cuentan que no lo has hecho tan mal… los muy canallas.

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