Probablemente pocos conoceréis a esta esquiadora, a algunos tal vez os suene el nombre, aunque no vinculado al esquí de fondo. Sin embargo, hay unas imágenes que os sacarán rápidamente de dudas. Seguramente los más jóvenes las hayáis visto alguna vez, los mayores las recordaréis seguro.
En 1984, verano de Olimpiadas en Los Ángeles, fuimos testigos del primer maratón olímpico de la historia en el que las mujeres podían participar oficialmente, hubo cierta polémica sobre la tontería de si las mujeres estaban o no capacitadas para correr la distancia (entre otras cosas, no era, ni de lejos, la primera vez que esto iba a suceder, incluso en olimpiadas muy anteriores hubo participaciones femeninas de tapadillo o fuera de concurso y concretamente la protagonista de esta historia, había corrido 20 maratones antes, con una mejor marca de 2:33:25). Ganó la extraordinaria maratoniana estadounidense Joan Benoit, con un magnífico registro de 2:24:52, sobre todo, teniendo en cuenta las condiciones, 27ºC y una humedad horrible. De todo esto sólo se acordarán los aficionados al maratón. Pero hubo otro acontecimiento que pasó a la historia, no sólo del atletismo, sino del deporte en general. Fue la entrada renqueante en meta de Gabrielle Andersen-Scheiss, que nos sobrecogió a quienes la vimos entonces y nos sigue impresionando cuando 25 años después, la vemos en YouTube.
Esta mujer, que entró en el puesto 37 a más de veinte minutos de la primera (2:48:42), era una monitora de esquí de fondo de Idaho, corría como atleta suiza (su país de origen) y tenía entonces 39 años. En unas declaraciones posteriores comentó que, dada su edad, era la única oportunidad de participar en un maratón olímpico y no estaba dispuesta a privarse de la satisfacción de acabarlo, que, de haber sido otra prueba, hubiese abandonado sin dudarlo. Pese a lo espectacular de las imágenes, Gabrielle se recuperó sin problemas y compareció en rueda de prensa, a las pocas horas, en perfecto estado. Hoy es una mujer de 63 años que sigue compitiendo en mountain bike y esquí de fondo, no lo hace en carreras a pie (después de haber sido plusmarquista veterana de Estados Unidos en diferentes distancias entre los 40 y 49 años) debido a una intervención quirúrgica y el año pasado participó en la Boulder Mountain Ski Tour, una carrera popular de esquí de fondo de 33 km que se celebra en Sun Valley, Idaho, donde vive y en la que quedó en segunda posición en su categoría, mujeres entre 60 y 64 años. Fue vencedora absoluta de esta carrera en dos ocasiones y ganó también la American Birkebeiner en el 79 y 80, en categoría popular.
El incidente de Gabrielle en Los Ángeles hizo que los estamentos internacionales de atletismo incluyeran una nueva norma, llamada “regla Scheiss”, según la cual los participantes en un maratón pueden recibir atención médica durante la prueba sin ser sancionados por ello. Tanto como el sinuoso caminar de la atleta, impresiona en el vídeo la impotencia de los sanitarios, que se debaten entre el impulso natural de auxiliarle y la conciencia clara de que ello supondría su descalificación, cuando le faltan sólo algunos metros para terminar su agonía de 42 km.
Si uno busca un poco en Internet (las referencias son abundantes) ve que la reacción general que suscita la actuación de esta mujer, es de admiración. Podemos encontrar comentarios sobre su determinación, fuerza de voluntad, ejemplo de lucha, grandísimo logro, tenacidad (son todos términos recogidos textualmente) y aunque reconozco el valor de la lucha por superar una situación adversa, para mí, detrás de esto está la historia de un fracaso, o al menos, la historia de un error. Ella lo reconoce también así e intenta restar importancia a un acontecimiento que la catapultó a la fama internacional ¿Qué sucedió para que Gabrielle Andersen-Scheiss llegara en ese deplorable estado a la línea de meta? ¿Es algo inevitable en una prueba agónica como el maratón? No debe serlo, cuando, afortunadamente, escenas como estas son realmente excepcionales.
Creo que los que hemos conocido los tiempos ¿heróicos? de los primeros maratones populares, cuando la gente corría con el pantalón vaquero recortado a mitad del muslo después de haber trasnochado la víspera, nos alegramos al ver hoy la legión de corredores bien preparados que, cada cual a su ritmo y con distintos grados de sufrimiento dentro de lo razonable, terminan todos los años el maratón. Recuerdo especialmente el del Campeonato del Mundo de Veteranos, celebrado en nuestra ciudad, los participantes, bajo unas condiciones infernales de calor y humedad, acabaron la prueba quizá quince o treinta minutos por encima de sus previsiones de marca, con mucho sufrimiento, pero sin incidentes destacables.
Gabrielle Andersen-Scheiss llegó totalmente deshidratada tras cometer el error de no beber lo suficiente, se saltó incluso, según contaba después, el último avituallamiento. Al borde del temido “golpe de calor” (los médicos le dejaron continuar tras comprobar que seguía sudando), tardó más de 5 minutos en dar la vuelta al anillo y pese a su aspecto de zombi, estaba perfectamente consciente y bien orientada, eran sus músculos los que se negaban a obedecer las órdenes recibidas.
Para mí, la épica de este suceso está en la actuación de Joan Benoit, de una joven Rosa Mota, que quedó tercera o de cualquiera de las otras 44 participantes que acabaron aquella carrera, bajo las mismas condiciones inclementes, sobre la misma distancia interminable, pero habían sido capaces de sortear todas las dificultades.
El golpe de calor no es ninguna broma, todos los años mueren atletas en carreras de todo el mundo o en entrenamientos, a causa de este síndrome. Glorificar el nombre de alguien que coquetea más allá del límite, me parece una temeridad.
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