Algunos placeres de la vida son tan simples como sentarse en una silla de plástico a comer una palmera de chocolate y tomarse un refresco. Bueno, simples en apariencia, porque para que el placer sea auténtico, primero hay que pegarse una panzada de kilómetros en bici por algunas de las carreteras más empinadas del Pirineo, además hay que estar en sintonía con el Universo, el día perfecto, la compañía adecuada, no tener prisa… vamos, que al final el placer no resulta ser tan simple.
Esas dos sillas azules nos esperaban a Josu y a mí una agradable tarde de final de verano a la orilla de la carretera para ofrecernos asiento y un momento de reposo. Entre mis recuerdos de ese día, por encima del esfuerzo de la ascensión o la lucha contra el viento en la parte alta, el más nítido en la memoria, ayudado sin duda por la foto de Josu, será éste del descanso en Pikatua y el placentero descenso después dibujando curvas carretera abajo, como flotando sobre una alfombra sinuosa.
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